
Despedida
Le escuché pronunciar mi nombre. Abrí mis ojos en mitad de una noche de luna amortajada y descubrí que solo la soledad, negra y vacía como una noche de invierno sin luna y sin estrellas, dormía a mi lado.
Le escuché susurrar que aún me quería, que aún no me había olvidado. Mis oídos de agudizaron y, en medio del silbido que emitían la lluvia al caer y el viento corriendo como lebreles en libertad por campos hirsutos, comprendí que él ya no podía hablarme.
Sentí su aliento acariciar mi nuca embebiéndome de suavidad y ternura. Mi piel se erizó tornando más intenso el roce provocado por las frías sábanas que me arropaban, y entonces comprendí que su aliento jamás volvería a mí.
Sentí su mano recorrer mi espalda como antaño solía hacer. Mi corazón dio una brusca sacudida germinando la consciencia de que era más que mi imaginación lo que esta noche bailaba a mi alrededor y hollaba mi dolor.
Giré sobre mí misma. Nuestros ojos se encontraron y se fundieron en una cálida mirada como el río que se pierde en el mar al alcanzar su desembocadura; y, ninguno pronunció una sola palabra, no eran necesarias las palabras, sino que el silencio podía decir mucho más de lo que cabría esperar.
Mis ojos se anegaron en lágrimas que resbalaron por mis pálidas mejillas. En su rostro se formó una mirada de agridulce tristeza que me decía:
«—No llores, cariño mío, sonríe porque ahora esté a tu lado. Con la primera luz del alba, cuando despiertes, yo no estaré aunque siempre me hallarás en tu corazón. Mañana sentirás y creerás que todo fue un anhelante sueño, pero no es así, fue real... Mañana todo estará bien. Mañana tu vida sigue adelante aunque la mía ya no lo haga más. No te olvides de mí y será el modo en que jamás me iré de tu lado.»
Poco a poco se fue desvaneciendo delante de mis propios ojos, era como si mis lágrimas le fueran borrando de mis pupilas, aunque jamás lograrían borrarle de mi mente, y, mucho menos, de mi corazón marcado por lacerantes heridas.
Con la primera luz del alba la mañana regresó y una primera luz matinal irrumpió en mi dormitorio. Mis ojos lloraron amargamente como habían hecho toda la noche, la sonrisa jamás brilló en mi rostro, él no estaba y jamás lo estaría... Todo había sido un sueño aunque mi corazón gritaba desgarradoramente que había sido real. Entonces recordé, una vez más, que sin su amor nada estaba bien, nada volvería a estar bien. Mi vida seguía adelante, pero con gusto cambiaría el rumbo de nuestros destinos para que yo muriera y fuera él quien siguiera adelante.
© 2017, Despedida
© Ángeles Duque-Rey
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